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El arte de Miró

Todo empezó en marzo de 1920. Por entonces, Miró era un joven de 26 años que apenas comenzaba su profesión con una corta baja y que había recogido sus maletas para ir a París y a Picasso, que llevaba mucho tiempo en la capital francesa. Había cumplido 38 años y su vocación fue un logro tras otro, como lo demuestran las aclamadas Les Senoritas de Avignon (1907) o Arlequín (1917).
En ese estado y agradecido por la forma en que sus mamás se habían convertido en queridas compañeras en Barcelona -María Picasso y Dolores Ferrà-, la anterior pidió a la última mencionada, cuando descubrió que Joan iba a París, que trajera una ensaimada, que el hombre los malagueños preferidos sin duda. Sea como fuere, Miró no pudo trasmitir el dulce ya que nunca descubrió a Picasso en su casa, en el 21 de la Rue de la Boétie y, a pesar de la forma en que lo estaba arruinando, no se lo comió. El malagueño se asombró el día en que el moño apareció en sus manos. "Sea como sea, hombre, ¿por qué no te has comido la ensaimada?" Afirman que le preguntó.
A partir de ese segundo, ambos desarrollaron un parentesco individual, de profundo respeto compartido, que llegó en la medida de Mujer, Pájaro y Estrella, prácticamente 50 años después del hecho.
En ese tiempo, y amistad pasada, todos aprecian al artista en el otro y se mejoran e impactan mutuamente.





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